Esta fotografía a simple vista es simpática, modesta, sencilla. Carece de rigores técnicos y artísticos; sin embargo, tiene algo que los ojos de los cuberos no pueden ver al instante: su espíritu. Todas tienen, porque siempre guardan algo o muchas cosas que contar. No cuesta mucho encontrar aquellos espíritus: los lenguajes de la fotografía.

Quienes están en un primer plano son los jugadores del Club “Sport Gálvez”, del distrito de Yaquerana. Tienen entre 18 y 20 años de edad, todos son de origen Matsé que habitan a lo largo del río Gálvez, en la frontera entre Perú y Brasil. Los matsés forman una de las 32 etnias que están asentadas en la región Loreto.

Juegan fútbol, mejor dicho, pelotean, en sus ratos libres; la mayoría son pescadores o agricultores. Seguro que serán hábiles en la cancha porque ganaron a los equipos de las demás comunidades cercanas, obteniendo la representación distrital en la etapa inicial de la Copa Perú 2023. Luego de los triunfos fue cuando se dieron cuenta “en el lío que se metieron”.

Cómo participarían en unas eliminatorias si no tenían fondos ni para los uniformes futbolísticos, mucho menos para solventar un viaje de ida y vuelta hasta Requena. Un traslado desde Angamos era algo absurdo; Incluso, teniendo dinero sería un caos: no hay conexión fluvial entre los ríos Yavarí y Ucayali.

Una embarcación normal demoraría unos 20 días para llegar a la capital de la provincia, porque navegaría por cinco ríos, con una escala obligada en Iquitos o Nauta. Entre Angamos y Requena, en línea recta, hay una distancia de 108 kilómetros. Una avioneta lo haría en 15 minutos o menos, pero no existe esa ruta ni línea aérea; peor, no hay aeródromos.

En el caso de que existieran pistas de aterrizaje en buenas condiciones en ambos pueblos, ¿Quién pagaría 5,000 soles de ida y otro monto igual para el regreso? El equipo no tenía ni para las botellas de agua personal.

El delegado del “Gálvez”, Pedro Andoa, nos señalaba que el entusiasmo de los jóvenes por competir era desbordante; sí o sí tenían que llegar a Requena para las eliminatorias. ¿Y cómo? Optaron por la vía más barata y sin costo alguno: atravesar la inhóspita selva, tal como lo hacían sus antepasados para ir a otros poblados o al mismo Requena.

¿Realizar un trayecto de cuatro días de ida y cuatro días de regreso, solamente para jugar tres partidos futbol en el curso de una semana? Sí no es locura, es pasión por el fútbol.

En la mañana del 23 de mayo se inició insólito viaje. Fueron 18 jugadores, algunos dirigentes y cuatro señoras que navegaron por el sinuoso río Gálvez, en un bote de madera impulsado por un motor “peque peque” de 9 H.P. Al atardecer llegaron a Colonia Angamos, capital de Yaquerana; uno de los pueblos más alejados del país y también uno de los más olvidados por el Estado peruano, en términos de atención gubernamental

En Angamos, el alcalde, Octavio Carihuasairo, les brindó hospedaje en la estancia municipal y también donó un bidón y medio de gasolina para que continúen con el viaje; el representante del GOREL, Alberto Oshiro, también puso su granito de arena.

El 24 de mayo continuaron navegando, siempre a bordo del “pequepeque”, por el río Yavarí. Requena en ese momento era una mera ilusión. Varias horas después, luego de girar por un riachuelo, desembarcaron en la quebrada Lobo Yacu. Aquí culminó la travesía por vía fluvial; tras un breve descanso y luego de camuflar el bote, el viaje continuó a pie por una trocha pantanosa que concluye en otra quebrada: Matanza.

“Caminamos despacio, sin apuro, a través de los enormes troncos que sirven de puentes”, nos dice un entrevistado. Los matsés conocen al detalle esta geografía desde tiempos inmemorables y la han protegido a costa de su propia existencia.

En estos lugares se defendieron de las “correrías» de los caucheros y de otras incursiones de los blancos que intentaban dominarlos. La zona en la que viven era y es inmensamente rica en árboles maderables. Gracias a los esfuerzos y presiones de algunos antropólogos, el estado peruano ha establecido hace algunos años una reserva nacional de 420,635,34 hectáreas.

La delegación del “Gálvez” cuando pasó por la quebrada Matanza, bajó el tono de las bromas y las risas; había razones. En febrero de 1964 en este sitio hubo un enfrentamiento entre un grupo de matsés y los integrantes de una expedición cívico militar que buscaban, supuestamente, una ruta que uniera Angamos con Requena para el «progreso de ambos poblados». En este incidente murieron dos trocheros y hubo algunos heridos. No se tiene información de matsés muertos o heridos.

En octubre de ese mismo año, varias malocas matsés fueron ametralladas desde un helicóptero y luego un avión lanzó varias bombas de napalm. No se sabe cuántas víctimas hubo. Hay teorías que señalan que el avión que lanzó las bombas vino de otro país porque los aviadores peruanos no sabían manipular estos explosivos en ese entonces. Esas bombas fueron utilizadas en la guerra del Vietnam.

El antropólogo, Stéfano Varese, relató en una revista cultural lo siguiente: “El presidente Belaúnde ordenó personalmente a la Fuerza Aérea del Perú bombardear y ametrallar las aldeas de tres de los cuatro clanes de los indígenas mayorunas (matsés) del río Yaquerana. (…) El bombardeo de los indefensos hombres, mujeres y niños matsés fue presentado por la prensa nacional como un acto de heroísmo”

En realidad, la famosa expedición Requena-Yaquerana estaba direccionada para encontrar una vía que permitiera el tráfico de madera hacia el Brasil, previa aserrada en Perú.

Uno de los financistas de esa caravana fue el empresario Joaquín Abensur Araujo, entonces conspicuo acciopopulista, tal como señala el antropólogo, Alberto Chirif, en las conclusiones del libro “La Expedición Requena-Yaquerana de 1964, Tragedias y Mentiras”(Tierra Nueva 2019) de Javier García Ríos.

Vuelta al presente. Desde la quebrada Matanza hay una trocha solamente conocida por los antiguos matsés que conduce directamente hasta el río Ucayali. Sus descendientes recorrieron nuevamente este camino hace algunas semanas, no para raptar mujeres, sino para jugar fútbol.

La delegación del Club Gálvez caminó dos días y durmieron en casuchas improvisadas. La selva es para ellos como la ciudad para los citadinos. Los “civilizados” cuando se pierden en la selva virgen, pueden enloquecer o morir de inanición

Los expedicionarios no tenían brújulas; se guiaron por la dirección del sol; y en la noche, se ubicaban por la dirección de las estrellas. No está demás señalar que muchos ellos tenían celulares; Google Map se puede utilizar sin internet. Eso sí. Diestros tramperos, se alimentaron de 6 monos “choros” que cazaron durante el viaje.

El viernes 26 de mayo los integrantes del equipo “Gálvez” llegaron a una carretera rojiza e inconclusa, (¿La carretera de Belaúnde?). Tras caminar toda una mañana y parte de la tarde llegaron finalmente a Requena. No hubo barras bravas, banderolas, ni hinchas pidiendo firmas o selfis. Apenas algunos amigos y Pedro Andoa, el delegado del club. Desde ese lugar fueron conducidos en una furgoneta hasta la casa del vecino Lucho Manihuari.

En la sala de este modesto hogar, cuando los “expedicionarios”, agotados, intentaban descansar, apareció alguien pidiendo una “fotito para el recuerdo”. Entonces los jugadores se pusieron los uniformes donados por el alcalde de Yaquerana y con rostros de ingenuidad posaron ante un teléfono ansioso.

El fotógrafo anónimo, era parte de la emoción grupal del momento. No le preocupaba los ángulos, planos o intensidad de luz, nada. Su interés era algo más que una perspectiva artística: captar la expresión humana, los rostros de los triunfadores y de los anhelos cumplidos.

De pronto sonó el clic típico de los androides y en menos de un segundo perennizó un momento del tiempo presente y el espíritu de la foto. Al día siguiente experimentaron la «idiosincrasia» requenina.

La primera noche durmieron en el local del SUTEP; al día siguiente, un profesor de apellido Mafaldo pidió que salgan porque «habían malogrado un grifo”. Fue un pretexto para expulsarlos. La delegación tuvo que hospedarse, luego de una gestión, en el local TUSAM, propiedad de los descendientes chinos.

Pedro Andoa le contó a este modesto redactor que hubo momentos que pidieron apoyo para la alimentación de la delegación. Aunque se dieron tiempo para entrenar en el estadio municipal bajo la dirección del profesor Galán.

Más adelante, cuando comenzó las eliminatorias, sufrieron el maltrato de un dirigente corrupto que les cobró un monto de dinero, entregándoles una boleta de pago de su empresa y, además, sintieron la indiferencia invisible de los lugareños. Es evidente que todavía perduren los antiguos relatos que acusaban a los Matsés de raptar mujeres requeninas.

En la cancha les fue mal: ganaron un partido y perdieron dos. Tras ser eliminados, el 12 de junio iniciaron el regreso por la misma ruta; “las pesetas” que recibieron de la Liga Distrital de Requena sirvió para comprar algunos víveres.

En silencio y lentamente, tal como llegaron, por la trocha gredosa, salieron muy temprano hacia Loboyacu. Nuevamente caminaron dos días y una noche; desde esta quebrada navegaron a bordo de sus pequepeque directamente hasta sus comunidades en el río Gálvez. No hicieron parada alguna en Colonia Angamos.