Contra todo pronóstico, las marchas pacíficas se ganaron el respeto y solidaridad. La ciudad capital, con sus calles vacías y una población que asumió la paralización como suya, dejó en el aire un silencio que anunciaba una tormenta.

El Perú despierta ante clamor de transportistas

EL PERÚ DESPIERTA ANTE CLAMOR DE TRANSPORTISTAS

Contra todo pronóstico, las marchas pacíficas se ganaron el respeto y solidaridad. La ciudad capital, con sus calles vacías y una población que asumió la paralización como suya, dejó en el aire un silencio que anunciaba una tormenta.

Contra todo pronóstico, las marchas pacíficas se ganaron el respeto y solidaridad. La ciudad capital, con sus calles vacías y una población que asumió la paralización como suya, dejó en el aire un silencio que anunciaba una tormenta.
Contra todo pronóstico, las marchas pacíficas se ganaron el respeto y solidaridad. La ciudad capital, con sus calles vacías y una población que asumió la paralización como suya, dejó en el aire un silencio que anunciaba una tormenta.
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El Perú despierta ante el clamor de transportistas escribe Óscar Vásquez

 

Se lanzaron al ruedo sin más experiencia que su propia desesperación. Los transportistas, abandonados a su suerte en este torbellino de violencia extrema, son la escala más débil y vulnerable ante los ataques de los asesinos. Los muertos aferrados al timón y las familias sumidas en la desesperación han dejado marcas difíciles de borrar.

Contra todo pronóstico, las marchas pacíficas se ganaron el respeto y solidaridad. La ciudad capital, con sus calles vacías y una población que asumió la paralización como suya, dejó en el aire un silencio que anunciaba una tormenta. Los grandes mercados y centros comerciales de las zonas periféricas, abrumados por los cupos exigidos, se sumaron presurosos a la protesta. Los grandes medios de comunicación captaron el mensaje, dejando en claro que este reclamo Los congresistas nos recordaron el desprecio unánime de las mayorías. es justo.

Los pocos diarios chicha que todavía existen trataron, en el colmo de la sobonería rampante, de sabotear la protesta, anunciando manos negras o politización de los transportistas. El mercader del Congreso, Fernando Rospigliosi, fiel a su papel de sucio escudero, no tuvo reparos en señalar los hechos como maniobras caviares, mientras esperaba una sonrisita de Keiko.

Los trapos blancos en las bodegas y la ciudad paralizada dejaron al Premier con una profunda preocupación. En la conferencia de prensa, junto al ministro del MTC, pregonaron una larga lista de empresas de transporte que trabajaron en su febril imaginación. Su credibilidad se ha desplomado al extremo; según Datum, tan solo el 7% de los peruanos lo aprueba en su deslucida gestión.

Los congresistas nos recordaron el desprecio unánime de las mayorías. Se burlaron de los dirigentes de la peor manera; hasta los almirantes, representantes de un pequeño sector de la más rancia derecha cavernaria, los trataron de humillar y maltratar.

Triste papel de estos espantapájaros decadentes y tremendas respuestas de los transportistas que no se achican ante nadie. Con sagacidad y estrategia, decidieron suspender el paro, ante la negativa del Congreso, que no acepta derogar la ley que otorga facilidades a las organizaciones criminales, ya que estas libran de todo mal a sus líderes y a los propios partidos que los albergan.

La idea es retomar fuerzas, consolidar las nuevas alianzas y lanzar un potente paro que obligue a los brindadores de la delincuencia a dar marcha atrás.

Es una señal esperada para albergar la esperanza de que el gobierno haga lo correcto, mandando a su casa al ministro del Interior para poner al mando a un experto en el combate contra el crimen. Los hombres y mujeres del volante tienen poco que perder, perseguidos por las autoridades incapaces, con papeletas impagables cuyos montos llegan incluso al valor del vehículo, muestra palpable de una administración absurda, desconectada de la realidad.

Ellos se han convertido en la válvula de escape a la indignación ciudadana por la inseguridad que azota a quienes menos tienen y luchan en el día a día de sus propios emprendimientos, sin ayuda del Estado, superando la informalidad y el abandono de un gobierno improvisado.

Un Congreso con la soberbia de reyezuelos enfermos de poder y un gobierno sin rumbo, sin presidenta… perdón, si está en Palacio, encerrada en su despacho, embobada con las novelas turcas que le encantan. Ojalá reaccione cuando escuche en su ventana los gritos de: ¡Si no hay solución, el paro continúa!

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